
Por Silvia Anguiano
Varias veces Dios me ha sorprendido en mi día a día diciéndome: ¡No temas pues yo estoy contigo! (Isaías 41,10) a través de un mensaje, de una persona, de tantas maneras, Él se las ingenia para que esa frase llegue a mi corazón y no pierda la fe. Como una vez que tenía una gran dificultad y una persona sin saber por lo que yo pasaba me dijo: “la fe es la manera de tener lo que esperamos, el medio para conocer lo que no vemos” (Hebreos 11,1).
En ocasiones, Dios permite que pasemos ciertas situaciones porque nos está moldeando, nos está instruyendo y llenando de fortaleza; aunque a veces no lo entendamos en el momento.
He aprendido que Dios nos habla todos los días, Él busca la manera de aumentar nuestra fe, tenemos que escuchar, observar, debemos pedir a nuestro ángel de la guarda que nos ayude para que nuestros cinco sentidos estén completamente atentos a lo que Dios nos muestra cada día. Seamos como niños con los ojos bien abiertos, dejándonos sorprender porque nuestro Padre nos va dando su amor, su consuelo, sus instrucciones, para que podamos hacer su voluntad hasta en el más pequeño detalle. Que triste es cuando dejamos que las distracciones no nos permitan verlo y sentirlo, ¡Nos perdemos de TODO!
Cuando hay días de obscuridad en que nos sentimos tristes, ansiosos, apagados, es cuando más debemos voltear al cielo y de rodillas, aunque no tengamos ganas, decir: “¡Bendito y alabado seas Señor! Porque me ayudas a reconocer que soy pequeño y muy frágil y aunque hoy no entienda ciertas cosas creo en Ti, porque Tu eres mi Padre y jamás te equivocas y quieres lo mejor para mí, yo solo no puedo nada, ¡Contigo lo puedo TODO!”. Y ese simple acto de amor y de fe transforma tu día, te quita la venda de los ojos que no te permitía agradecer por lo que ya tienes y sentir en el corazón cómo tu Padre está en control de todo, mucho más allá de lo que imaginas.
Si hoy nuestra fe es pequeña, Dios nos anima ¡A que se vuelva grande! Así como les dice a sus discípulos cuando van en la barca temerosos de que no pueden llegar a la otra orilla ante una tormenta: “¡Ánimo, soy yo, no teman!” (Marcos 6,50).
Tenemos que creer en cada palabra que Dios nos dice, cada vez que vamos a misa, en el Evangelio, al recibir la Eucaristía, al estar frente a Jesús vivo en el Santísimo, al acercarnos al sacramento de la confesión. Dios cumple sus promesas ayer, hoy, y siempre, ¡Tenemos que creerle! ¡Las familias completas tienen que creer! Eso es lo que Dios quiere porque así sin duda alguna estaremos guiados por la única luz verdadera que es la del Espíritu Santo con una fuerza y unión que solo pueden venir de Él, y así, y solo así, podremos llevar a cabo la misión que Dios pensó para nosotros desde que nos creó, sin dudas, sin miedos, con la firme certeza que vamos por el camino correcto, con valentía, alegría, paz y amor; y no nos podemos quedar con esto solo para nosotros mismos, tenemos que anunciarlo a los demás.
Así como decido amar, la fe es una decisión de cada día. Te invito a decirle al Señor: “¡Padre, no temo porque Tú estás conmigo!”.
“Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe” (Juan 5,4).