UNA VIDA DE ORACIÓN.
En nosotros, los cristianos, hay un profundo deseo en el corazón de mantener un contacto permanente con Dios. Necesitamos saber que está ahí, que no nos ha abandonado, que está a nuestro lado. Buscamos constantemente su presencia. A veces lo buscamos en lo exterior y, otras veces, nos atrevemos a entrar dentro de nosotros mismos para encontrarlo ahí. Queremos escuchar su mensaje de amor, sabernos amados por Él. Para ello, es importante permitir que Dios rompa nuestros esquemas para comprender cómo quiere manifestarse a nuestro corazón. Es común escuchar: "No sé orar". A veces pensamos que la oración es algo complejo, inalcanzable, solo para santos, que implica mucho esfuerzo. Este tipo de pensamientos pueden bloquearnos y no nos permiten tener una oración sencilla, clara y cercana.
La oración es ese momento de calidad en el que nosotros, hijos del Padre, levantamos la mirada hacia Él para entrar en un íntimo diálogo con Dios. Ahora bien, cuando estamos acostumbrados a hacer una meditación de tipo discursiva, podemos caer en el peligro de pensar solo en ideas sobre Dios, es decir: Dios es bueno, Dios es creador, Dios es salvador. Estas son reflexiones sobre Dios, ¡pero no son oración! Se puede hacer un gran discurso sobre Dios, pero no logramos relacionarnos con Él. La oración no son ideas bonitas acerca de Dios, sino un diálogo con Él.
La oración también es un encuentro, y si no hay contacto con Alguien, no hay oración. Por eso es necesario comprender que la oración es un verdadero encuentro. Podemos pensar: "Dios es creador", y eso no necesariamente nos lleva a la oración. Sin embargo, podemos decir: "Dios es mi creador", y ese cambio de perspectiva nos permite tener ya un encuentro con alguien, con mi Creador. De esta forma, todas las ideas sobre Dios se convierten en encuentro: Dios es mi Padre, Dios es el amor de mi vida.
La oración es la obra de Dios en cada uno de nosotros. Es un espacio para que la gracia de Dios actúe en nosotros con toda su fuerza. Si te preguntas: "¿Dónde acojo la gracia de Dios? ¿Dónde recibo su consuelo? ¿Dónde me dejo transformar por Él?", la respuesta es: en la oración. En la oración es donde Dios nos va transformando, nos va llenando con su gracia y su presencia. Permitir que Dios actúe en nosotros es lo más importante, porque entonces pasamos de una relación que pudiera ser una simple comunicación a una relación con un dinamismo de acción sobre nosotros. Le estamos permitiendo obrar en nosotros. En ese momento de oración se está realizando lo que nuestra alma tanto desea. Dios, en ese espacio de oración, nos está salvando, sanando y santificando.
La oración es amor. En la oración, “Dios y yo nos estamos amando”. Nuestro corazón recibe el amor de Dios y se entrega a Él. La clave del éxito de la oración no es si nos hemos distraído mucho o poco, ni si sentimos bonito... La clave del éxito es saber, en la fe, que Dios nos está amando y asegurar que nuestro corazón está volcado a Él. Así, la oración se vuelve un camino de intimidad. Es estar con Aquel que tanto nos ama y al que tanto amamos. Esto hace que la oración se vuelva cada vez más sencilla. Es una oración en su presencia.
La oración no se reduce a un momento del día en el que dedicamos 15 o 20 minutos al Señor. Es evidente que quien desea tener una relación cada vez más profunda e íntima le dedicará más tiempo. Es por esto que, al concebir la oración como un diálogo, como un encuentro, permitimos que la obra de Dios en nosotros y su amor hagan de nuestro día una oración. Todo lo que nos sucede en el día puede convertirse en diálogo con el Señor. Todo es un espacio de encuentro con Él. Las circunstancias serán la excusa para que Dios pueda obrar en nosotros. Y si vivimos dejándonos amar por Dios y nos unimos a Él en su voluntad, somos oración. Así es como nuestra vida se hará oración y nuestra oración vida.
Ahora bien, la condición previa para que la oración sea diálogo, encuentro, y obra de Dios en nosotros es presentar nuestra situación existencial. Así, la oración va permeando toda nuestra vida. Llevamos la vida a la oración y desde ahí vivimos en Dios. La oración se convierte en una necesidad vital. No podemos caminar, no podemos decidir, no podemos actuar, sin antes haber presentado toda nuestra vida al Señor para que Él responda a través de la oración. Orar ya no es un deber, ni una obligación, ni siquiera un gusto, se vuelve el único modo en que podemos afrontar nuestro camino y todo lo que implica estar en este mundo, peregrinando hacia la vida eterna.
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