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Devoción a la Sangre de Cristo

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En el mes de julio nuestros antepasados solían recitar las Letanías de la Preciosísima Sangre de Cristo y en el entendido de conservar esta hermosa práctica el Papa Juan XXIII nos invita a recordarla a través de la Carta Apostólica Inde a Primis indicado que la devoción se ha infundido en el mismo ambiente familiar en que se desarrolló la infancia y la juventud, es significativo seguirla inculcando con viva emoción y gozo en el corazón.


También es importante resaltar que el mes de julio es consagrado al culto de dicha devoción y oficialmente fue establecida en el siglo XIX como fiesta universal de la Preciosa Sangre de Cristo.


Adentrémonos en la cronología para el conocer su origen:



Edad Media que se realizó un muy oportuno llamado y estímulo respeto a las devociones Nombre de Jesús, al culto del Sacratísimo Corazón y la Preciosa Sangre de Cristo; que fueron practicadas por muchas almas piadosas y propagadas por varias diócesis, órdenes y congregaciones religiosas, pero que esperaban de la Cátedra de Pedro la confirmación de la ortodoxia y la aprobación para la Iglesia universal Siglo XVI se enriquecieron con gracias espirituales la devoción al Nombre de Jesús y al culto del Sacratísimo Corazón, en cuya admirable propagación tuvieron tanta influencia las revelaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque.


Siglo XVIII el sacerdote romano San Gaspar del Búfalo propago la devoción a la Preciosísima Sangre y que Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en Gaeta, extendió la fiesta litúrgica a la Iglesia universal.

Siglo XIX (1922-1939) el Papa Pío XI elevó dicha fiesta a rito doble con el fin de incrementar la solemnidad litúrgica, siendo intensificada también la devoción y se derramasen más copiosamente sobre los hombres los frutos de la Sangre redentora.


Siglo XIX (1958-1963) el Papa Juan XXIII en su Carta Apostólica Inde a Primis, fomentó el culto a conexión de las devociones del Santísimo Nombre de Jesús y su Sacratísimo Corazón, con la que tiende a honrar la Preciosísima Sangre del Verbo encarnado

"derramada por muchos en remisión de los pecados".

La Carta Apostólica Inde a Primis nos forja a reflexionar como católicos que para la iglesia esta fiesta de la Sangre de Cristo nos recuerda el precio de nuestro rescate, prenda de salvación y de vida eterna, que los fieles la hagan objeto de sus más devotas meditaciones y más frecuentes comuniones sacramentales. Invitando a estar atento el oído a la exhortación del Apóstol de las gentes:

"Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo".

Entre otras reflexiones también podremos encontrarnos un abrazo abrigador del Padre que nos espera siempre en el regreso a su casa para festejar que volvemos a Él reconociendo que la Sangre verdaderamente preciosísima tan solo una sola gota puede salvar al mundo de todo pecado.

Al reconocer como católicos que seguimos siendo salvados en cada acto de amor de Cristo a nuestras vidas estaremos reforzando el llamado de paz, amor y verdad construyendo nuevas generaciones en la infancia y juventud fervientes a las practicas devocionales por amor a Cristo y edificando una sociedad al servicio con el prójimo con un enfoque al más necesitado física y espiritualmente.


Es necesario empezar a caminar juntos como una tropa siempre avanzando adelante resonando y sin temor que al ser miembros de un único Cuerpo místico, cuya Cabeza es Cristo, ¡cuánto más fraternales serían las relaciones entre los individuos, los pueblos y las naciones; cuánto más pacífica, más digna de Dios y de la naturaleza humana, creada a imagen y semejanza del Altísimo, ¡sería la convivencia social!


Concluimos este artículo teniendo una renovada mirada hacia la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y en lo que señala el documento de la Carta Apostólica Inde a Primis: «Porque, si es infinito el valor de la Sangre del Hombre Dios e infinita la caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de su nacimiento y después con mayor abundancia en la agonía del huerto, en la flagelación y coronación de espinas, en la subida al Calvario y en la Crucifixión y, finalmente, en la extensa herida del costado, como símbolo de esa misma divina Sangre, que fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es no sólo conveniente sino muy justo que se le tribute homenaje de adoración y de amorosa gratitud por parte de los que han sido regenerados con sus ondas saludables»

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