Mientras nos esforzábamos por vivir la Iglesia como una gran familia, la pandemia nos ha movido a hacer de la familia una Iglesia doméstica, y a hacer de la casa un templo en donde resuene la Palabra de Dios. En septiembre, mes de la Biblia, El Señor sigue diciendo a la Iglesia: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).
Para que tu familia abra la puerta al Señor que llama y escuche su voz, es necesario desplegar, como dice San Juan Pablo II, "una cierta forma de actividad misionera en el interior de la familia". La Iglesia doméstica está llamada a ser un signo luminoso de la presencia de Cristo, está llamada «con su ejemplo y testimonio» a iluminar «a los que buscan la verdad». (Cfr. FC 54) En casa se ha preparar y prolongar el culto celebrado en la iglesia, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, que tanto tiene qué decirle a la familia, es esencial.
Tenemos pendiente la tarea que el Papa Benedicto XVI nos dejó: los esposos son los primeros anunciadores de la Palabra de Dios ante sus propios hijos. La comunidad eclesial ha de sostenerles y ayudarles a fomentar la oración en familia, la escucha de la Palabra y el conocimiento de la Biblia. Que cada casa tenga su Biblia y la custodie de modo decoroso, de manera que se la pueda leer y utilizar para la oración. que se cultive la oración y la meditación en común de pasajes adecuados de la Escritura. Los esposos han de recordar, además, que «la Palabra de Dios es una ayuda valiosa también en las dificultades de la vida conyugal y familiar». (Cfr. VD 85)
También la invitación del Papa Francisco a hacer de la Palabra de Dios fuente de vida y espiritualidad para la familia. (Cfr. AL 227) Escuchar al Señor, como hacía María, era la cuestión verdaderamente esencial, la «parte mejor» del tiempo.
La oración brota de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio. No os olvidéis de leer todos los días un pasaje del Evangelio. La oración brota de la familiaridad con la Palabra de Dios. ¿Contamos con esta práctica en nuestra familia? ¿Tenemos el Evangelio en casa? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo meditamos rezando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. (AUDIENCIA GENERAL, 26 de agosto de 2015)
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