Los santos: los valientes del Evangelio que se atrevieron a amar sin límites
- Pbro. Néstor J. López Rodríguez

- hace 2 días
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Hoy, la Iglesia universal se viste de fiesta para celebrar a todos los santos. Una multitud innumerable, imposible de abarcar con la mente o de pronunciar con los labios, pero que resplandece en la memoria viva del Pueblo de Dios. Son hombres y mujeres de todas las épocas, lenguas y culturas que, movidos por un mismo fuego interior, eligieron seguir las huellas de Cristo con radicalidad y ternura, con valentía y silenciosa perseverancia.
La historia de los santos no es uniforme, ni previsible. Cada uno descubrió a Dios en caminos distintos: en los claustros o en las calles, en los hospitales o en los desiertos, en el bullicio de las ciudades o en el silencio del alma. Pero en todos ellos late la misma convicción: no se conformaron con lo establecido. Se atrevieron a mirar más allá, a dejarse mirar por ese Dios que, con infinita paciencia, los invitaba a salir de sí mismos, a preguntarse, a buscar, a amar sin medida.
La diócesis de Tampico también se unió a esta gran celebración de fe. En sus diferentes parroquias, sacerdotes, familias, niños y jóvenes participaron con entusiasmo en el Festival de la Santidad, una jornada llena de alegría, oración y testimonio. Con cantos, representaciones de santos y momentos de adoración, los fieles recordaron que la santidad no es un ideal lejano, sino una vocación posible en la vida cotidiana.
Quizás no todos encontraron las respuestas que buscaban. Muchos, de hecho, murieron sin comprender del todo los misterios que los desbordaban. Pero entendieron algo esencial: que el amor proclamado por Jesús en el Evangelio no era una teoría, sino un camino vivo, un sendero donde el riesgo y la entrega se vuelven oración.
Hoy, la Iglesia los contempla como faros en medio del mundo. No porque hayan sido perfectos, sino porque se dejaron transformar por la gracia. En su diversidad se revela la infinita creatividad de Dios, que sigue susurrando a cada corazón: “Ven, sígueme”.
La solemnidad de Todos los Santos no es sólo una memoria del pasado, sino una llamada al presente. Porque la santidad esa vocación que parece tan grande no es privilegio de unos pocos, sino posibilidad abierta para todos. Ser santo no es vivir fuera del mundo, sino dentro de él, con los ojos fijos en el cielo y los pies firmes en la tierra.
Hoy, mientras el mundo corre, la Iglesia se detiene para agradecer. Por cada santo conocido y por los innumerables desconocidos. Por los que brillan en los altares y por los que, en el silencio de lo cotidiano, hicieron del amor su camino. Porque ellos nos recuerdan que la verdadera revolución es la del Evangelio, la del amor que se entrega hasta el extremo.
En esta fiesta luminosa, la Iglesia invita a mirar al cielo sin dejar de caminar en la tierra. Los santos no son figuras lejanas, sino compañeros de ruta que nos muestran que la santidad es posible cuando el corazón se abre al amor de Dios. Su ejemplo resuena hoy con más fuerza que nunca: no hay vida tan sencilla ni rincón tan pequeño donde Cristo no pueda hacer maravillas.
Que esta solemnidad de Todos los Santos inspire a cada creyente a vivir con alegría, con esperanza y con la certeza de que la santidad no es un privilegio, sino una respuesta de amor. Porque, al final, todo santo comenzó siendo alguien que, simplemente, se dejó amar.

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