MISIONES: EL LLAMADO Y LA RESPUESTA
- NAVEGANDO

- 24 oct
- 2 Min. de lectura

Daniel I. Vargas Malagón
Candidato al Diaconado Permanente.
En nuestra vida cotidiana, la palabra Misión no es de uso frecuente, raras veces se pronuncia y raras veces se escucha. Para muchos, quizás evoque únicamente las hazañas espaciales, como el viaje a la Luna. Sin embargo, para el cristiano, esta palabra encierra un significado profundo y vital.
La misión fundamental de todo cristiano es seguir a Cristo y responder conscientemente a su llamado. Sin embargo, en la vida adulta este seguimiento suele volverse teórico y condicional.
La adultez trae consigo múltiples apegos, siendo el más significativo el apego al tiempo.
Caemos en la contradicción de proclamar a Cristo con nuestras palabras, mientras con nuestras acciones declaramos: "Te seguiré... cuando tenga tiempo".
Este enfoque convierte nuestro llamado en un llamado estéril, una vocación sin misión un deseo sin entrega.
La verdadera misión exige redimir nuestro concepto del tiempo. No se trata de "encontrar tiempo" para Dios entre nuestras actividades, sino de consagrar nuestro tiempo a Dios a través de nuestras actividades. La misión no es algo que hacemos cuando tenemos tiempo; es lo que somos en todo tiempo.
Observamos, día a día, cómo muchas personas llegan a nuestras iglesias. La gente está presente, pero con frecuencia el misionero no está, porque está presente el cuerpo, pero su espíritu no está. Y no está porque no logramos comprender a la gente; el pastor no siempre logra guiar a sus ovejas.
Hablamos constantemente de pastoral, pero es momento de preguntarnos con honestidad: ¿cómo medimos lo que hacemos? ¿Cómo evaluamos si hemos sembrado buena semilla? (CEC 782). Es legítimo cuestionarnos: ¿cuántas vocaciones han surgido? ¿Cuántas misiones? ¿Cuántos sacerdotes, diáconos y religiosas? ¿Cuántas homilías evangelizan de verdad? ¿Cuántas liturgias logran penetrar en el corazón, en el seno de la familia, en el espíritu del pueblo?
El pueblo clama a Cristo. La Iglesia debe, por tanto, examinarse y cuestionarse a sí misma, en una autocrítica sincera y fraternal. Las vocaciones están entre la gente, en el pueblo, en las familias. Es necesario salir a buscarlas, pero hay que saber cómo hacerlo. Como nos recuerda el Papa Francisco, debemos ser una "Iglesia en salida".
Estar "en salida" significa abandonar la comodidad, salir de la oficina, dejar atrás lo mundano, y salir vestidos con la sotana de la fe y con el cíngulo bien ajustado. Significa salir en Misión, hacia aquellas vocaciones que aguardan ser encontradas.
Son tiempos de revisar qué hacemos y cómo lo hacemos.
A veces, las tareas exhaustivas del ministerio desestabilizan y dispersan el espíritu, impidiendo a quienes tienen responsabilidades entregarse plenamente a cada labor. La mente se confunde entre múltiples ocupaciones —recordemos la advertencia del "reino dividido"—. Por ello, es fundamental que toda la curia, junto con diáconos, laicos y todos los fieles, unan sus fuerzas con fe, esperanza y caridad, con un mismo espíritu y un mismo corazón, para actuar decididamente en salida. Solo midiendo nuestros frutos concretos, la misión realizada a través del pueblo hará resurgir el espíritu de la Iglesia.

.png)



Comentarios